Anahiz Correa recuerda la primera vez que la COVID-19 se hizo realidad.
Fue a principios de marzo. Un conductor de autobús del aeropuerto de Los Ángeles llegó al Departamento de Emergencias del Martin Luther King, Jr. Community Hospital (MLKCH) quejándose de síntomas similares a los de un nuevo y extraño virus.
El personal clínico del hospital se había entrenado durante semanas para este momento y, sin embargo, la situación era desconcertante. Los médicos y los enfermeros se congregaron frente a la puerta de vidrio de la sala de aislamiento del paciente, discutían los protocolos de seguridad mientras se colocaban con cuidado las batas de aislamiento, los guantes y las gruesas mascarillas N-95.
Anahiz es Jefa de Enfermería de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital, donde dirige un equipo de enfermeros. “Al ver a mi enfermero con el EPP (equipo de protección personal) completo y al paciente inseguro y mirando a su alrededor, pensé: esto es real. No se trata de una simple gripe”, recuerda Anahiz. “En ese momento, todos nos pusimos un poco nerviosos”.
Fue el comienzo del período más difícil de atención a los pacientes al que se enfrentó este hospital en sus cinco años de funcionamiento. En marzo, uno de los departamentos de emergencias más concurridos de todo Los Ángeles se transformó en un centro de tratamiento de la COVID-19 de gran eficacia. Se levantaron enormes carpas de triaje frente a las puertas del Departamento de Emergencias. Las salas de medicina-cirugía y telemetría de la 5.ª planta se reconvirtieron en salas de aislamiento de flujo reducido. La UCI duplicó su tamaño.