Mientras camina por la farmacia del sótano del Martin Luther King Community Healthcare (MLKCH), Nubar Petikyan se detiene para señalar un espacio vacío en el suelo frente a las ordenadas estanterías de productos farmacéuticos.
“Ahí es donde teníamos la ‘montaña de COVID-19’”, dijo Nubar, el gerente de la farmacia. La montaña que recuerda era una reserva de los tantos medicamentos necesarios para ayudar a que los pacientes luchen por sus vidas durante el aumento de casos en invierno: remdesivir, propofol y muchos otros.
“En ese momento, todo el hospital era una unidad de atención crítica”, comentó. Al casi duplicarse el volumen de pacientes y al ver el personal del hospital un mayor número de enfermedades graves, la reserva de la farmacia era otra señal del momento extraordinario que se vivía.
Sin embargo, Nubar recuerda ese período como el que reafirmó su vocación, no sólo de trabajar en entornos de atención crítica, sino también en la comunidad del sur de Los Ángeles.
Nacido en Armenia cuando la Unión Soviética colapsó, Nubar emigró con sus padres al barrio de Hollywood de Los Ángeles cuando tenía apenas dos años. Como hijo único, creció en una comunidad armenia muy unida y estaba muy unido a sus abuelos.
Su interés en la ciencia y la química fue de toda la vida, por lo que la decisión de dedicarse a la farmacia fue algo natural. “Iba a hacer un doctorado en química o un doctorado en farmacia. Elegí farmacia porque quería estar involucrado directamente con la atención de los pacientes”, cuenta Nubar.
Después de realizar estudios de posgrado en San Diego, encontró la manera de regresar a su ciudad natal como pasante de farmacia en el MLKCH en mayo de 2015, poco antes de que el hospital abriera sus puertas a los pacientes. El sur de Los Ángeles, con sus tantas familias inmigrantes, le recordaba al lugar donde había crecido. Comenzó como farmacéutico de la unidad de cuidados intensivos y trabajó estrechamente con médicos y enfermeras para mantener con vida a los pacientes gravemente enfermos y lesionados.
“Es un entorno de mucha presión y de mucho riesgo. Se desarrolla una confianza auténtica con las personas con las que se trabaja. Es como una familia”, dice Nubar.